Los creadores de los seis capítulos de Medicina letal, una potente denuncia de la farmacéutica Purdue Pharma y de su medicamento estrella, el analgésico OxyContin, de la familia de los opioides, se cubren las espaldas de hipotéticas responsabilidades al incluir en cada capítulo a familiares de víctimas reales del altamente adictivo fármaco alegando que, “aunque la serie está basada en hechos reales”, algunos personajes y diálogos son fruto de la ficción, algo perfectamente comprensible y dudosamente justificable. Suena a recomendación jurídica.
En todo caso, la serie es un ejemplo perfecto de la voracidad empresarial: todo vale si la cuenta de resultados es positiva, y así debió de ser cuando el Tribunal Supremo de EE UU suspendió el acuerdo de quiebra que la farmacéutica presentó en 2019, en una maniobra para proteger a los miembros de la familia Sackler, sus propietarios, de las demandas de miles de víctimas de adicción a los opioides a cambio de una compensación de 6.000 millones de dólares. Naturalmente, el enorme volumen de ventas y beneficios del analgésico no habría sido posible sin la colaboración de cientos, quizá miles, de médicos que la recetaban sin pensárselo dos veces.
Un dato escalofriante: se calcula en 500.000 el número de víctimas mortales por el OxyContin, dato conocido por Richard Sackler, el presidente de Purdue Pharma, interpretado por un impertérrito Matthew Broderick, suponemos que ansioso también de recuperar su autonomía interpretativa y dejar de ser “el marido de Sarah Jessica Parker”. Medicina letal es una notable serie creada por Micah Fitzerman-Blue y Noah Harpster que ofrece Netflix y que entronca con esa capacidad autocrítica que muestra en ocasiones la muy poderosa industria audiovisual estadounidense y de la que ya ofreció muestras en varias series y largometrajes.
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