Hace unas semanas una señora se acercó al puesto que Lola Cabrillana tiene en el mercadillo de Puerto Banús (Marbella) junto a su hermana Susana, donde venden bolsos artesanales de paja natural y complementos de su propia marca, Mamasú, con el apoyo de dos cooperativas de mujeres en México e India. En pleno julio, con la humedad por las nubes, la temperatura no daba respiro. No paraba de sudar. “Para no pasar tanto calor aquí, hay que estudiar”, le espetó la mujer. Lo que ella no sabía es que detrás de los rasgos gitanos de esta malagueña hay una pastelera, una tendera, una escritora y una docente de Educación Infantil. Son las cuatro vidas de Cabrillana, con un buen número de seguidores en redes sociales y cuya última novela, La maestra gitana, va por su tercera edición en apenas cuatro meses. “No me queda tiempo en la mañana para contarle todos los títulos que tengo. Y tengo algo más: la educación suficiente para no prejuzgar la vida de nadie sin conocerla”, le respondió para quedarse a gusto.
Hace 51 años que la autora nació en el barrio de Miraflores, en Málaga. Lo hizo como Lola Flores —en su DNI se lee Dolores Flores— pero con los años y tras numerosos comentarios jocosos, decidió cambiar su apellido por el de su abuela, de la que también heredó el amor por los dulces. Creció entre la capital y las playas de Benalmádena, donde su padre la dejaba junto a su familia mientras trabajaba como instalador de aires acondicionados. Fue él quien le inculcó el interés por la historia del pueblo gitano: de las costumbres y raíces a las persecuciones sufridas a lo largo de los siglos. Hoy ella da cursos de mediación y conferencias por media España. Se declara cansada de sufrir prejuicios y estereotipos. “Ya no me callo. Con educación y asertividad, siempre respondo”, asegura. Con el pelo rubio y rizado, sabe que sus rasgos no son los que la mayoría de la población entiende por gitanos. Estereotipos y prejuicios que le llevan a vivir dos realidades: “Cuando voy sola a un centro comercial, estoy tranquila, nadie me mira. Cuando voy con mis primas, la seguridad no se separa de nosotras”.
Las diversas vidas de Cabrillana arrancaron cuando hizo un curso de monitora para ocuparse en una guardería y así pagarse los estudios de Educación Especial y Educación Infantil en la universidad. Luego se formó en pastelería en Sevilla, Estados Unidos, Bélgica y Alemania. Mientras trabajaba en un gabinete de psicopedagogía también daba clases de dulces creativos. Hace más de dos décadas dio un taller al profesorado del colegio concertado Misioneras Cruzadas, en el barrio de La Palmilla, uno de los más pobres de España. Hubo doble flechazo. Y la ficharon. Hoy sigue dando clases de Infantil a niños con una realidad compleja, orgullosa porque el curso pasado fue el primero en el que no hubo absentismo escolar en su clase. “Es algo que me he trabajado a pico y pala durante años, entendiendo las circunstancias de cada familia y luchando por ello. Sin vocación, esto sería imposible”, asegura.
En 2017, comenzó a relatar en Twitter anécdotas, comentarios y situaciones que vivía en el mercadillo y el colegio. Al principio lo hacía bajo el alias @de_infantil, sin identificarse. Sus hilos educativos impactaban e incluso sus compañeros los comentaban sin saber que era ella la que estaba detrás de aquel perfil. Hace un año que plantó su nombre y fotografía para sorpresa de su claustro. Lo hizo a petición de su editora. Los ataques en su perfil, “por ser mujer y gitana”, se han disparado.
“Recibo mensajes privados que dan miedo. Antes, ser racista estaba mal visto, ahora está de moda. Afecta mucho, muchísimo. Es muy triste. He quitado de mi perfil que soy gitana por salud mental”, explica Cabrillana, que incide sobre esto útlimo: “Soy activista. Si lo quito es porque al fin y al cabo es una etiqueta que los trolls buscan y golpean. Y yo quiero defenderme dentro del ring, no fuera. En mis tuits se deja muy claro mis orígenes siempre”. Aunque sí que comparte alguno de los mensajes que le llegan o situaciones que viven algunos amigos. “Lo que no se visualiza no existe, es una forma de mostrar lo que hay. No para dar pena, sí para combatirlo”, añade. “Todos sabemos por qué está pasando. No hace falta explicarlo. La ultraderecha toma fuerza en Europa y aquí también”, subraya antes de suspirar y dar un sorbo a un zumo de naranja con hielo para refrescarse del calor en la ciudad donde ahora reside, Benalmádena.
Fue precisamente la comunidad de Twitter la que le animó a añadir una nueva vida: la de escritora. Se sentó a teclear y en 2020 se autoeditó a través de Amazon. Voces color canela lideró las listas de ventas durante semanas y varias editoriales la llamaron. Ganó Grijalbo, que le ofrecía un proyecto más completo y una semilla para su segunda novela que ya va por su cuarta edición en apenas tres meses. Un colegio, un puesto en un mercado artesanal y una familia gitana los entornos que mejor conoce y los que dan contexto a La maestra gitana, protagonizada por Mara, maestra con dos alumnas: una que quiere seguir la tradición gitana y otra que no.
La lucha para que ninguna abandone los estudios es el trasfondo de una obra que ha cautivado al público. “Recibo numerosos mensajes y estoy abrumada. Al principio incluso me costó gestionarlo”, reconoce quien sueña ver su trabajo convertido en una serie de Netflix. Presenta candidatura: “El libro tiene humor, personajes interesantes, entornos diferentes, una historia de amor. Todo”, dice con una sonrisa.
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