El 2023 será recordado como el año del boom de la I.A. Una caja de Pandora que tendrá, sin duda, aplicaciones muy positivas para nuestro día a día. Y en concreto una nefasta para la convivencia y la democracia. En los últimos años —se lo puede confirmar cualquier profesor— la comprensión lectora ha caído hasta niveles impropios de una sociedad alfabetizada. No sólo la de los estudiantes, sino también la de los adultos. Y a alguien que no sabe leer se le engaña fácil.
Reenviar sin criterio ni resuello cualquier mensaje que confirme nuestro sesgo cognitivo (aunque no venga firmado ni sea remotamente creíble) es una actividad común y diaria entre ciudadanos de todas las edades. Somos tan inconscientes que llevamos 15 años entregando nuestros datos personales a un sinfín de empresas. Somos tan inconscientes que hemos pasado años entrenando a las máquinas para reconocer nuestros gestos, nuestras costumbres y nuestras voces. Somos tan inconscientes que hemos creído que todo era un juego. La realidad y la mentira van a ser indistinguibles, y la recepción de la información se va a convertir (más aún) en una cuestión de fe.
Curiosamente las personas más proclives a creer información no contrastada son las que dicen que la prensa siempre miente (la prensa que no leen ellos, claro). Creer o no creer será una cuestión de fe que no podrá ser resuelta por otro método que el del apóstol Tomás. Cada avance en la detección de fraudes o mentiras necesitará de nueva tecnología que hará que dependamos al 100% de esta mientras nos entretenemos con lo poco que nos den, y con lo poco que nos vaya quedando cuando nos lo empiecen a quitar todo. Quien controle la tecnología nos controlará a nosotros. ¿Será la I.A. el principio de una guerra de la información?
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