Douglas Rushkoff (Nueva York, 62 años) vivió una revelación en 2017. Lo invitaron a dar una conferencia en un resort de superlujo escondido en el desierto californiano que luego resultó ser una reunión privada con cinco ejecutivos milmillonarios. No querían saber lo último en tecnología y redes, la especialidad de este escritor y profesor universitario, sino debatir cómo tendrían más probabilidades de sobrevivir al “evento”, esa desgracia que acabará con nuestra civilización (o al menos la pondrá en pausa) y que tendrá forma de colapso medioambiental, agitación social, explosión nuclear, tormenta solar, virus imparable, gran sabotaje informático o rebelión de las máquinas. ¿Les conviene ubicar sus búnkeres subterráneos privados en Alaska o Nueva Zelanda? ¿Qué amenaza es más probable, el cambio climático o la guerra biológica? ¿Cuál es el mejor método para que los guardias de seguridad de sus refugios no se vuelvan contra ellos?
El veterano intelectual neoyorquino, un estandarte de la cultura ciberpunk y conocido por sus ideas marxistas, quedó impactado por ese encuentro. Entendió que la élite que controla la industria tecnológica no solo es inmensamente rica: también da por hecho que nos vamos al carajo y tiene un plan B, que en todos los casos consiste en huir y parapetarse. Los más pudientes van más allá de los búnkeres de lujo. Jeff Bezos quiere viajar al espacio; Elon Musk, colonizar Marte. Peter Thiel (Palantir) ambiciona revertir el proceso del envejecimiento. Sam Altman (OpenAI) y Ray Kurzweil (Google), cargar sus mentes en ordenadores. Mark Zuckerberg, refugiarse en el metaverso. Un abanico de formas de alejarse de los problemas que han contribuido a crear. Y del resto de la humanidad.
Autor de una veintena de volúmenes, tres documentales y de un podcast semanal, padre del concepto de la viralidad aplicada a los medios y del lema, luego convertido en libro, “programa o sé programado”, Rushkoff disecciona en La supervivencia de los más ricos, editada en español por Capitán Swing, la forma de pensar y actuar de la superélite tecnológica. “Mucha gente ve a estos titanes de la tecnología como nuestros héroes”, explica por videollamada desde São Paolo. “Quiero que se vea que la visión del futuro que tienen Thiel, Musk o Zuckerberg es muy oscura. Más que emularlos, debemos reírnos de ellos”.
Pregunta. ¿Le han vuelto a contactar ejecutivos tecnológicos desde que publicó el libro?
Respuesta. Tenía un par de charlas programadas justo después del lanzamiento, una en un fondo de cobertura y otra en una especie de conferencia para grandes ejecutivos. Ambas se cancelaron… Pero recibo correos todos los días de dueños de startups que quieren que mire su plan de negocio. Yo voy a las escuelas de negocios e intento convencer a los jóvenes estudiantes de que está bien ganar 15 millones de dólares, de que eso es suficiente. Les digo: si pones tu mira en los 15 millones anuales, podrás tener una carrera mucho más relajada, aumentarán tus probabilidades de tener éxito y podrás crear una empresa que haga mucho menos daño al mundo o que incluso haga algún bien. Cuando empiezo la charla y pregunto quién está dispuesto a ganar solo 15 millones, nadie levanta la mano; al acabar, a veces lo hace alguien. Algo es algo.
P. ¿Su crítica principal tiene que ver con el capitalismo en sí mismo, con el surgimiento de una élite de magnates tecnológicos, o con ambas?
R. Esa es una de las grandes preguntas que exploro en el libro. Durante más de una década culpé al capitalismo por convertir la cultura abierta, colaborativa y creativa del primer internet en un producto de consumo más. Ahora creo que esa urgencia en desconectarse del mundo y en usar la tecnología y la ciencia para simplificar la naturaleza y controlarlo todo encaja muy bien con el capitalismo, que tiene la misma necesidad y surgió en el mismo momento. El tecnoautismo, como el capitalismo extractivista, quiere entender el mundo a través de un balance contable, de números, en vez de reconociendo otro tipo de valores humanos.
P. En su libro habla de “la Mentalidad”. ¿Cómo la definiría?
R. Es la idea de que, con suficiente dinero y tecnología, los milmillonarios pueden escapar de los daños que están causando con sus empresas. Es pensar que siempre hay otra solución tecnológica o de mercado para los grandes problemas sociales y medioambientales. Y que el individuo rico puede seguir elevándose por encima del resto. Es una forma extrema de ateísmo que dice que los seres humanos son solo material y no tienen alma, que no hay sentido en la realidad, que la vida es solo información y que todo lo que importa es difundir sus genes y sus medios. Es pensar que el éxito es comprar Twitter y dejar embarazadas a tantas mujeres como sea posible.
Cuando empiezo una charla ante estudiantes de escuelas de negocios y pregunto quién está dispuesto a ganar solo 15 millones al año, nadie levanta la mano”
P. Siempre ha habido élites dominantes y poderosas. ¿Qué hace distintas a las de hoy?
R. Dos cosas. Primero, nunca antes habían tenido la capacidad de destruir el mundo. Carnegie y Rockefeller poseyeron grandes monopolios, pero los milmillonarios tecnológicos van mucho más allá. Julio César o Alejandro Magno podían conquistar un pueblo, matar y violar, pero no pusieron en peligro la humanidad. Entre los estadistas, eso solo pasó con el botón nuclear. La otra diferencia es que, como individuos, tienen más poder sobre más tipos de cosas. Elon Musk, por ejemplo, no solo es dueño de la principal plaza pública digital. También es el líder en los viajes espaciales y de los sistemas de satélites de los que dependen los ejércitos para navegar. Estos personajes no están bajo el control de un Gobierno y tienen muy poco sentido de la responsabilidad social.
P. Dice en el libro que venden su plan de escape como si fuera una solución para toda la humanidad.
R. Bezos ha demostrado que vivimos en un mundo en el que una persona puede ganar suficiente dinero como para construirse su propio programa espacial y lograr la estrategia de salida definitiva. Tienen buenos asesores de marketing, pero también creen que están salvando al mundo, porque defienden el altruismo efectivo. En su opinión, las cosas que están construyendo, las inteligencias artificiales (IA), los robots o los humanos aumentados que un día colonizarán los cielos son más importantes que la gente. Creen que la experiencia de trillones de inteligencias artificiales esparcidas por la galaxia dentro de mil años importa más que la de estos 8.000 millones de pequeños gusanos de carne que se arrastran ahora por el planeta. Y estos señores son lo suficientemente inteligentes y lúcidos para verlo. No están atrapados en la emocionalidad humana, y son capaces de retroceder y ver la ecuación desde un lugar mucho más racional, como Ayn Rand o Jeremy Bentham.
P. Algunos de los milmillonarios de los que habla en el libro testificaron el miércoles en el Senado de EE UU. ¿Cree que eso los devuelve a la Tierra?
R. Cuando vi por primera vez a Sam Altman [CEO de OpenAI] pidiendo regulación, mi primer pensamiento fue muy cínico. Aquí está el tipo que tiene el primer monopolio en inteligencia artificial, y por supuesto quiere regulación ahora mismo. Pero mientras lo observaba, empecé a tener la sensación de que aquí hay un buen chico judío que construyó esta tecnología y ahora se da cuenta de que lo supera. No sabe qué hacer, está pidiendo ayuda. Si no nos comprometemos con ellos, lo hará el filósofo de Oxford que inventó el altruismo efectivo y les enseñará que está bien ganar todo el dinero que quieras y no preocuparte por nada siempre que des dinero a la caridad. Y eso es peligroso. Así que creo que tenemos que tomarles la palabra y regular. Podríamos crear algún tipo de fondo común de datos al que todas las IA tengan acceso para aprender de él, pero que su uso esté sujeto a reglas y se vete a las IA que no se comporten adecuadamente. A un amigo mío, David Brin, escritor de ciencia ficción, se le ocurrió incentivar a las IA para que se vigilen mutuamente e informen sobre las que estén haciendo algo malo.
Creo que tenemos que tomarle la palabra a los magnates de la IA y regularla”
P. En el libro describe muchas tecnosoluciones aportadas por esta élite para salvar el planeta. ¿Cuáles le llaman más la atención?
R. Las más locales, las que buscan abrazar la complejidad de la naturaleza en lugar de simplificarla en exceso. La agricultura regenerativa me interesa. En cambio, hacer la red eléctrica más inteligente utilizando la IA no es viable porque no creo que podamos generar suficiente energía para mantener el mundo tal y como lo manejamos actualmente. Soy más partidario de lo que llamamos decrecimiento, que es tan simple como pedir prestada una herramienta a tu vecino en lugar de comprarla. No es una gran solución tecnológica, pero me encanta la idea de las bibliotecas donde se prestan herramientas además de libros para que no tengamos que fabricar tantas cosas.
P. Dice que la tecnología no puede ser la solución a nuestros problemas porque nadie ha parado al fascismo cuando se dispara la desigualdad y ninguna sociedad ha evitado el colapso cuando se han explotado demasiado los recursos. ¿Estamos perdidos?
R. Si un adicto no detiene su adicción, al final morirá. En Porto Alegre hubo un tornado hace dos semanas que mató a 47 personas. Las inundaciones de Libia quizás hayan matado a 10.000. Todo esto ya está sucediendo. Puede que no podamos evitar la catástrofe, pero podemos elegir cómo nos enfrentamos a ella. ¿Vamos a hacerlo como seres humanos compasivos que se cuidan los unos a los otros, o iremos cada uno por su lado? Eso lo determinará todo. Cuanto más dependamos los unos de los otros, menos cosas tendremos que comprar, menos energía tendremos que gastar, menos esclavos necesitaremos, menos guerras y conflictos generaremos. Podemos aliviar la tensión en la cadena de suministro global. Cuanto más resistente sea cada comunidad a nivel local, mayor será la presión sobre estos sistemas geopolíticos gigantes.
La mayor probabilidad que tenemos de evitar un gran desastre puede venir más de la magia que de la ciencia”
P. Usted compara a los milmillonarios con el Coyote cuando, obcecado por atrapar al Correcaminos, acaba cayendo por un precipicio tras andar por el aire.
R. Están organizándose para el apocalipsis, como si hubieran visto el fin de la civilización. Se han dado cuenta de que fueron demasiado lejos. Uno de esos momentos fue la elección de [Donald] Trump. Todos los tecnólogos que se consideran progresistas, liberales y preocupados por el clima vieron que habían creado ese monstruo. Se dan cuenta de que sus plataformas ayudaron a generar la confusión. De que hicieron a gran parte de la humanidad vulnerable a los gobernantes autoritarios. Ahora quieren arreglar rápidamente las cosas, pero utilizando el mismo tipo de herramientas que las rompieron. Y eso no funciona.
P. ¿Por qué sus planes siempre implican empezar de cero?
R. Yo no creo que debamos encontrar otro lugar para comenzar de nuevo, ya sea en la Luna, en Marte, en el océano o en un nuevo pedazo de tierra. Esta es nuestra adolescencia como civilización. Estamos en esa fase tóxica previa a un gran cambio. Y creo que podemos hacerlo. Pero el cambio que necesitamos es más mental que tecnológico. Odio decirlo, pero la mayor probabilidad que tenemos de evitar un gran desastre puede venir más de la magia que de la ciencia. Si hubiera un cambio repentino y global en nuestros hábitos y en la forma de pensar… Suena como una fantasía, pero creo que es nuestra mejor opción.
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